lunes, 16 de agosto de 2010

Una Infancia expectacular

Hoy fue el cumpleaños de mi amiga Nadia. Cumple 21 años. Siempre me envía una que otra diapositiva con fotos recientes que nos tomamos juntas con algunas palabras deseandome felicidad. Esta ves quise hacerle algo parecido. Tomé las fotos que nos tomamos el sábado pasado cuando fuimos al mirador y las puse en algunas diapositivas de fondo naranja. Pero le faltaban palabras y pensé que un frío y tan común "FELIZ CUMPLEAÑOS" no bastaría. Por lo que recordé algunos de los episodios de nuestra infancia.

Recorde cuando jugabamos a ser vendedoras. Recolectabamos hojas de llanten que crecían junto a su pozo; alguna hojas de mi árbol, porque era el más pequeño; recogíamos algunas piedras y ella sacaba los billetes y monedas viejas de su papá (luego de la devaluación del inti durante el gobierno de Alan García, tuvimos que cambiar de moneda al Nuevo Sol; sin embargo, su papá conservo muchos billetes y monedas). Ella tenía una pesadora. Ella o yo, nos turnábamos, venía a la tienda a comprar las cosas para la cocina. Las piedra eran pesadas como papas y las hojas eran las verduras. Un perfecto negocio, en el cual, las dos salíamos ganando dinero; dinero inservible pero dinero. Un lindo recuerdo que me hizo sonreír. Ser vendedora en un puesto de mercado no sonaba tan malo entonces. Era un futuro prometedor para un par de niñas sin grandes ambiciones. Recuerdo ahora cuando aún no ingresaba a la universidad como mi papá al ver que no me esforzaba lo suficiente me amenazaba con comprarme un puesto en el mercado para que dedique mi vida a vender papas. Ahora, que ya ingresé en la universidad, me puedo reír. Antes no.

También recordé cuando recién instalaban el desague en Huaycán. Hacían profundas zanjas y cuando los obreros se iban, jugábamos como si estuvieramos atravesando largos túneles o perdiendonos en alguna clase de laberinto. Era divertido, gritábamos muy fuerte como si estuvieramos a kilómetro de distancia cuando en realidad estabamos a menos de una cuadra de distancia. Tal vez jugabamos a confrontar toda clase de peligros, al estilo de Indiana, solo que entonces no sabríamos ni quién era.

Una vez sali di mi casa presta a acompañar a mi papá cuando ella me detuvo en el camino diciendome que había encontrado un tesoro. No lo podía creer ni entonces y mucho menos ahora. Sin embargo, me hacerque y lo desenterramos juntas. Escarbabamos e iba saliendo distintas cosas. Un marco de metal de un espejo pintado de color dorado, monedas y distintas cosas pintadas de dorado también. Es curioso, aún sueño que desentierro monedas junto al pozo dondé solíamos jugar.
Veíamos poca televisión, yo solo contaba con 3 canales. Ella con 5. Pero veíamos siempre "Las guerreras mágicas". No solo bastaba con verlas, como todo niño tratando de imitar a su héroe, jugabamos a ser ellas. Jugabamos con un niño llamado Eduardo que era una especie de espadachín malévolo. Y nosotras, las protectoras del mundo. Era tan sencillo, hasta una rama podría convertirse en el arma más poderosas que traería el fin de una guerra que habría traído tanto sufrimiento no solo al mundo sino a la reina Esmeralda! jajaja.

Nuestros padres solían estar siempre fuera de casa, lejos. Por lo que casi siempre nos juntabamos para jugar. Ella tiene una hermana mayor, nos llevaba unos 3 a 4 años, Diana. También le entraba al juego. Lo que más recuerdo de Huaycán es el sonido del viento. Es como si cantara o si intentara decirte algo.
Un día nos juntamos las tres, solas en la casa de Nadia. Estabamos en una cama que extrañamente se encontraba en pleno comedor, sentadas haciendo no recuerdo que cosa. Hasta que una de ellas comenzó a contar la historia de un abuelo. Un abuelo que habría ido a desaserce de algunas cosas al cerro pero cuando llego al pie de éste, se econtró con una extraña mujer que lo atraía y lo atría. El anciano se acercó hasta que la mujer lo capturó. Nadie iba desde entonces a ese cerro, nadie vivía en él. Era fácil de reconocer pues tenía forma de mujer. Diana se paró dispuesta a señalarmelo, abrió la puerta y justo en frente, allí estaba. Una mujer recostada, de cabellos largos, pronunciados senos y usando una larga falda. Me asusté, de inmediato corrí dentro de la casa y me volví a sentar en la cama. Diana cerró la puerta y ambas se sentaron a mi lado de nuevo. Pero aún no acababan su historia. El anciano era su abuelo, que venía a penar a su casa. De pronto uno de los fuertes vientos de Huaycán llegó e hizo un gran sonido en el techo. Me asusté mucho y parece que ellas dos tamién creyeron su historia porque también gritaron del susto.
Son pocos, algunos recuerdos que tengo de aquella atractiva infancia que tuve. Cada uno de ellos es especial. Me pude reír de ellos entonces, me puedo reír ahora y me podré reír en 50 años. Eso es lo que los hace tan especiales.

Le doy gracias a todas aquellas personas que hicieron de mi infancia, tan expectacular.